SI VAS PARA CHILE...

En unos cuántos minutos, esta mujer que llevaba apenas ocho semanas en Santiago de Chile revive el recuerdo de sus dos pequeñas hijas, a las que dejó en Lima por un mejor porvenir. Es madre soltera, me cuenta, y había estudiado Contabilidad en un instituto con el sueño de progresar navegando entre las cuentas y los números de alguna compañía grande, como lo hizo una prima suya, que hasta compró un carro hace algunos meses.
Sin embargo, su camino fue difícil. La pobre se cansó de buscar trabajo, de hacer colas con su file de manila en la mano y de encontrar como única opción, puestos de vendedora callejera de chucherías como calculadoras de mesa o lámparas de escritorio.
Su hija mayor tiene cinco años y pronto entrará a la primaria. ¿Qué podría ella hacer para asegurar por lo menos que la niña ingrese a un colegio particular y no al bodrio de la educación estatal?.. Pensando y pensando, Patricia llegó a la conclusión de que no había mejor camino que trabajar como empleada doméstica en Santiago de Chile.
Cuando la conocí no le importó que las compañeras del Instituto pudieran verla por tele, oronda y sonriente contando que lavaría platos y usaría delantal en lugar de llevar cuentas y trabajar frente a una computadora. Será solo por un año, afirmaba altiva y orgullosa, un año, tras el cual, volvería con sus ahorros para comenzar un pequeño negocio que asegure una mejor educación para sus pequeñas.
Me cuenta que tuvo suerte, que luego de hospedarse en una casa de alojamiento administrada por monjas católicas, fue contratada por una joven pareja con un bebé de seis meses. Una hora más tarde, cuando terminaba mi recorrido por la consabida casa de alojamiento, Fresia, la monja directora se me acerca y consciente del impacto publicitario que le daría mi reportaje, me avisa que los nuevos empleadores de Patricia acababan de llegar para llevarla por fin a su nuevo trabajo.
Y ahí está Nicole, frente a mi cámara. Rubia y sonriente, no pasa de los 32 años y está orgullosa de llevarse a la mejor del grupo de inmigrantes peruanas alojadas en casa de Fresia. No le costó mucho decidir: ¿Donde podría encontrar a una profesional que le hiciera el trabajo doméstico?...-"Además ambas somos madres, nos entendemos"- agregó la nueva empleadora mientras guiaba a Patricia a una Camioneta 4x4 del año, donde al volante esperaba el esposo, tan joven como ella y quien pidió a Patricia subir al asiento delantero.
A unos cuántos metros de la escena, en plena calle, un grupo de desempleados peruanos, se esmeraba en aclarar a gritos que esa sólo era una pose para la cámara, que en unos cuántos días, este supuesto "happy end" se convertiría en la pesadilla que la mayoría de inmigrantes peruanos vive en hogares chilenos, a causa de la discriminación reinante -según dicen- en casi todos los hogares del sur que contratan a nuestros connacionales. -¿Entonces porque insisten en buscar trabajo en este país, si la pasan tan mal?. "Qué nos queda", replica uno con pinta de cantante de reggaetón, es la culpa de los gobiernos, no hay trabajo en el Perú.
El sesenta por ciento de los inmigrantes peruanos en Chile son mujeres dedicadas al trabajo doméstico, llamadas por allá nanas peruanas . No es difícil conseguir una visa de trabajo en este país. Tan sólo basta mostrar un contrato simple de trabajo y la licencia está lista. Si a esto le agregamos la facilidad de ingresar al país del sur tan sólo con el DNI, comprenderemos entonces por qué es ésta la mejor opción para muchos desempleados y desempleadas.
Es triste ver como profesionales técnicos y hasta gente con estudios universitarios (según estadísticas de la hermana Fresia) están dispuestos a trabajar en empleos domésticos, con salarios de hasta 400 dólares mensuales contra los 600 soles o menos que podrían ganar si consiguen con mucha suerte algún puesto de vendedor.
Sin embargo, existe otro tipo de inmigrante que ensobrece la imagen que los chilenos tienen de nuestros compatriotas. Aquellos que parecieran haber salido de alguna pandilla, los que cada fin de semana se emborrachan hasta límites insospechados en los bares para peruanos ubicados cerca de la Catedral de Santiago. Para cualquiera: chileno, peruano o chino, resulta peligroso transitar de noche por el punto de reunión de estos personajes que suelen robar carteras o arrancar celulares de los bolsillos. Y esos son, precisamente, los que se quejan más de la discriminación. Son ellos los que jamás consiguen trabajo, son ellos los que creen que los únicos culpables de todas sus desdichas son los políticos y aseguran que la delincuencia es sólo una actitud justificada ante la desgracia de haber nacido en un país sin oportunidades. ¿Acaso las mujeres inmigrantes se sientan a esperar que el trabajo les caiga del cielo?. No, en este grupo, ellas demuestran más empuje, más intención, acuden a capacitaciones, no sólo se sientan a lamentar su situación. Aquí no hay que hacer mucho análisis de género para llegar a la conclusión de que la fuerza motor de estos inmigrantes la llevan las mujeres.
¿Discriminación?, la hay, pero no en la medida en la que la pintan quienes en el Perú alimentan el odio contra Chile. Además es bueno reflexionar sobre el origen de esta actitud de los vecinos del sur: No sólo cuentan los estúpidos odios históricos, sino también una reacción frente a la conducta de aquellos inmigrantes que no luchan, sino vegetan esperando ante todo lo fácil, pues de ética y valores, no han aprendido jamás, ni les interesa hacerlo. Como cereza del pastel tenemos además la presencia del prófugo y corrupto Fujimori que, aunque japonés cuando le conviene, representa la imagen del político peruano, un sujeto que a expensas de las autoridades chilenas, puede pasear por Santiago hasta que termine su proceso de extradición.