miércoles, mayo 28, 2008 

Aventuras en Bourbon Street

Una inscripción hecha en porcelana muestra un nombre en francés que recuerda a dinastía española debajo de un escudo de la más pura tradición heráldica. En el segundo piso de esta pared, un hermoso balcón sobrevive al tiempo, pero en las noches un letrero de neón integra el festival de luces modernas que transforman la calle en el paraiso de la juerga de New Orleans. Estoy en la famosísima Bourbon Street.

Cada paso es una aventura en una de las pocas zonas que felizmente sobrevivieron a la furia de Katrina hace tres años. El french Quarter o barrio francés es a todas horas un deleite a la mirada de quienes gustan de la arquitectura francesa del Siglo XVIII y Bourbon Street es el corazón visible, con sus tiendas de souvenirs donde se lucen muñecos de Vodoo, polos con estampados alusivos al Jazz, especias de la tradicional comida Cajun y hasta preparados en polvo para el famoso "Hurricane" con sabor a fruit punch. Con un poco de agua y algo de Vodka, el coctel es un tornado para los sentidos.

Me encantaron los collares típicos del Mardi Grass, el carnaval tradicional de New Orleans, famosos por lucirse en los pechos desnudos de hombres y mujeres en la fiesta más pagana y liberal de esta parte del planeta. Cuentas de plástico con traviesos colgantes que recuerdan a los juguetes eróticos de las despedidas de solteros. Pero si alguien quiere juguetes eróticos de verdad, puede darse un salto a los sex shops de la calle y si le place la diversión vouyeur, deleitarse con uno de los célebres stripper clubs como el Hustler o el Rick´s. Que no le sorprenda ver chicas en minúsculas y brillantes tangas esperando el paso de clientes en la puerta de estos requeridos establecimientos que atienden toda la noche.

Cerrar los ojos es un ejercicio interesante. La mezcla de sonidos es caótica y atractiva para los amantes de la variedad. En una sola cuadra suena la música de las strippers, el pop de Britney Spears salido de una tienda de Margaritas y sandwiches, el rock and roll de un bar con show en vivo y el jazz de un restaurantito tranqui en una esquina. Esto si es que a esa hora y en esta cuadra no hay algún músico ambulante tocando blues a cambio de propinas.

La calle palpita, celebra, no duerme, se emborracha y quienes se someten a sus designios, transitan entre carritos de hotdogs y voces con varios idiomas, entre Daiquiris de Fresa que se venden como jugos de temporada y la sonrisa de alguno de esos amables negros que te cuentan que sus abuelos hablan aún algo de "Creole de New Orleans", una exótica mezcla de inglés con francés y lenguas africanas que surgió de los esclavos de aquellos viejos tiempos en los que la ciudad obtuvo su nombre en honor al Duque de Orleans y era parte de la colonia francesa.

Seducida por la magia de Bourbon Street no me quedó más remedio que una promesa hecha al pie de las estatuas de las leyendas del Jazz: ¡Volveré! y espero que sea pronto.
Mientras eso sucede les dejo un mini vídeo grabado con mi cámara de fotos. Pensé que había grabado 2 minutos, pero al final me di cuenta de que eran tan sólo unos segundos. Sin embargo, vale para describir un poco el bullicio de la calle.

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martes, mayo 20, 2008 

Yola vi

Aparece ante mí como la muñeca quebrada que alguien guardó en el closet por muchos años. Con esas mechas coloridas de una moda que nunca fue moda, sino un estilo pintoresco que recuerda mas a una figura del carnaval de Venecia, que a una juguete de trapo. Jamás tuvo una voz asombrosa, ni una belleza memorable, pero por alguna razón se quedó a vivir en los recuerdos infantiles de quienes tenemos hoy más de treinta. Por eso, aunque Yola Polastri luzca ahora un halo de soledad y tristeza debajo de aquellos años disimulados por mas de una operación estética, es y será siempre un ícono, una leyenda viva. Por eso vengo a escucharla y a perdonarle que más de una de sus frases no sean precisamente coherentes ni precisas.

" Para Mónica y Gala" repite en voz alta, mientras garabatea un cd y una postal con su fotografía con un plumón negro que juguetea sobre disco y papel formando corazoncitos y garabatos propios de una adolescente. Me dice que ahora trabaja en fiestas de niños donde los adultos se divierten más, o en las de los adultos que quieren ser niños por algunos minutos, saltando y coreando la Gallina Turuleca, como cuando tenían ocho años, o recordando milagrosamente la coreografía de la Feria de Cepillín como si la acabaran de aprender.

"Me han dicho de todo en la prensa, menos madre, pero creo que lo he sido un poco, a pesar de que no tuve hijos propios" me había dicho por teléfono cuando le pedí la entrevista por primera vez. Se emocionó, lo hace siempre que la prensa le recuerda que aún está en la agenda. Acto seguido se acuerda de que debe hacerse rogar y hacerse esperar, mostrar un poco de aquella old-fashion-pose con la que te hace saber que no sólo fue importante, sino que lo sigue siendo.

Cuando por fin logro tener una cita y la tengo frente a frente, le confieso que quise ser burbujita y ella sabe que aquella había sido la frustración de miles de niños en los ochentas. Ha escuchado la historia con diferentes matices y protagonistas más de una vez. Minutos después, cuando llega la obvia pregunta sobre los hijos propios que nunca tuvo, ella habla de stress, de tiempos dedicados por completo al trabajo, de un tratamiento médico que jamás se hizo. De pronto mira a la cámara como toda una experta comunicadora y dice: -si adoptaba un hijo, hubiera tenido que adoptar un marido-. Mira hacia arriba y continúa asegurando que cree en la familia. -¡Chicos, conserven la familia, no saben lo que podrían perderse para esta edad!-. Y entonces me deja muda, y entonces sus ojos no pueden ocultar que algo le faltó para llenar su hermosa casa de tantos ambientes, de tantas flores y de un jardín que hasta hoy alberga niños que quieren ser las bubujas de ese mar donde ella aún se cree la reina sirena.

Adiós Yola, le dije y suspiré antes de dejarla con sus mechas coloridas y sus ganas de seguir siendo leyenda.

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