Mis crónicas perdidas

18:40 HORAS. Peleaba con la mas lenta de las computadoras de la oficina. Un metro más arriba un rack sostenía como siempre a una tv, en ese momento apagada. Una colega y yo esperábamos que el remezón inicial cesara, pero nada. Ella insistía en que yo saliera hacia el patio. Le dije: tú crees?, ya pasará... Pero el movimiento telúrico continuaba y dije, muy a mi pesar que debía retirarme del espacio (confieso que me gustan los sismos, y que prefiero sentirlos en una silla para percibir bien el movimiento y observar como se mueve todo, que ponerme de pie). Me encontré entonces con las clásicas escenas de nerviosismo: gente llorando, corriendo, o riendo sin parar. Todo parecía más o menos bajo control hasta que a algún brillante personaje se le ocurrió activar la sirena que, inmediatamente subió la tensión de manera instantánea: Decidí auxiliar a una amiga que no paraba de sollozar por su hijo de seis años que había quedado en casa, tan sólo con la empleada. En lo siguientes minutos, todos los rostros nerviosos tenían en una mejilla un teléfono celular que no funcionaba y fue en ese momento que me percaté que a pesar de ser -como siempre- una de las más serenas del grupo, la bebita que llevo en el vientre (si señores!!! la ecografista me dijo dos días antes que habían probabilidades del 90 por ciento de que la criaturita era una nena) se movía rápidamente y yo me sentía como lavadora automática. No se si fue la bendita sirena, o los llantos de los alrededores, pero la nena sintió el sismo y tembló también. Me pareció increíble!!.